No quería compartir a mi padre con nadie.
Cuando mi papá mencionó a Priscilla por primera vez, me da vergüenza decir que me salieron las garras. Antes de eso, yo tenía dieciséis años y era el centro de la vida de mi padre.
«No puedo esperar a que la conozcas», me dijo emocionado.
Estuvieron juntos durante un mes antes de que me enterara. Cuando vine a visitarlo a su habitación en el motel en el que trabajaba, ella estaba esperando allí con una gran sonrisa en el rostro. Ella confesó estar nerviosa por nuestro encuentro. Estaba aún más nervioso. ¿Quién era esta mujer que robó el corazón de mi padre y por qué me estaba engañando para que la aprobara? Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía poder sobre ambos. Una palabra dicha desde mi corazón celoso podría tensar su relación para siempre. Asentí y sonreí cortésmente y escondí mi munición, pero la mantuve lista para usar en cualquier momento.
Siempre fuimos mi papá y yo desde que tengo uso de razón. Viajó por todo el país dos veces sólo para estar cerca de mí, una vez de California a Nueva York y luego de Nueva York a Florida para consternación de mi madre. Ella era muy consciente de que mi padre y yo teníamos un vínculo que no podía romperse.
En cambio, mi relación con mi madre era terrible. No podía perdonarla por beber, gritar, descuidarme y ponerme en peligro. Hubo una vez en la que condujo en sentido contrario sobre el puente del canal intercostero en Pompano Beach. Grité a todo pulmón cuando ella rápidamente se dio la vuelta y tomó el camino correcto antes de que tuviéramos una colisión frontal. Estaba borracha y me asustó. Ella también me puso furiosa. Ella era una madre ausente y me reía en su cara cada vez que intentaba «imponer la ley». Ella no tenía la menor idea de cómo criar a un adolescente y ambos lo sabíamos.
Mi padre era mi santuario. Pasar los fines de semana en el motel con él compensó toda la confusión con mi madre. Caminábamos hasta la tienda más cercana y comprábamos comida chatarra para llevarla a su habitación. A veces me llevaba al centro comercial donde siempre me compraba algo especial. Jugamos a las cartas durante horas y charlamos sobre la vida. Mi padre tuvo un pasado difícil, pero siempre me dijo la verdad al respecto. No se lo reproché. En cambio, aprecié su honestidad y las profundas conversaciones que tuvimos.